06 mayo 2017

Maldivas VI. El regreso.



Ha llegado la hora de despedirnos de la pequeña Gulhi donde hemos pasado los últimos 6 días, un periodo realmente corto pero que no ha impedido que nos sintamos parte integrante de la minúscula isla.
Dos integrantes del grupo abandonarán la isla unas horas antes que el resto ya que su vuelo sale a mediodía de Male. 


A las 7 bajo para despedirme de ellos ya que a las 7,30, una lancha procedente de Maafushi con más gente a bordo y con el mismo destino, les recogerán en el puerto de Gulhi.
El resto del grupo todavía disponemos de unas horas para disfrutar de una última sesión de snorkelling y un último paseo por la isla. En el puerto nos encontramos con nuestro amigo de la tienda de souvenirs que se encuentra, cómo no, pescando con sus amiguetes. Se acerca hasta nosotros para mover algunos de los típicos bancos que hay repartidos por el pueblo y ponerlos a la sombra para acto seguido invitarnos a sentarnos frente al mar.





Y allí permanecimos un buen rato, con la vista fija en esas increibles aguas turquesas mientras la suave brisa aliviaba los rayos de un sol empeñado en inundar con su luz el inigualable escenario donde nos encontrábamos. 

Nos limitábamos a dejar pasar el tiempo como lo hacía cualquier otro habitante de la isla y por un momento nos dimos cuenta de que en cierta manera, habíamos pasado a formar parte de la rutina diaria de la isla. Y justo ahora, teníamos que dejarla. 
Una extraña sensación de tristeza se estaba apoderando de nosotros y no podíamos evitarlo.
Debo decir que en muchas ocasiones me ha apenado tener que dejar más de un lugar visitado pero esta vez era distinto. Tal vez fuera porque nunca había estado tanto tiempo en un lugar tan pequeño, pero lo cierto es que se trataba de una sensación extraña.


Nos levantamos para reunirnos con otro integrante del grupo que se había quedado buceando por el arrecife de la isla e inmediatamente los pescadores se despidieron de nosotros agitando sus brazos amistosamente.
No muy lejos de allí nos encontramos con nuestro amigo, charlando con un vecino de la isla. 

Según nos comenta, había navegado por todos los mares del mundo e incluso conocía nuestro querido Cantábrico. Entusiasmado, nos contaba sus andaduras y lo curioso que resultaba acabar viviendo en un pedazo de tierra tan reducido después de haber recorrido tanto mundo.
Anees también apareció por allí y se acercó al grupo para despedirse e intercambiar correos con todos nosotros. 

Mientras tanto, los niños también se acercaban confíados a nosotros y nos mostraban sus sonrisas y juegos. De pronto parecía que todos nos habían aceptado ya como unos vecinos más. Aquella sensación de distanciamiento que encontramos al llegar, y más si los comparábamos a la afable gente india que acabábamos de dejar atrás, había desaparecido. Parecía obvio que nos habían aceptado.

 
Nos despedimos de todos y nos fuimos a tomar nuestro último batido de vainilla a nuestro bar favorito. Sólo quedaba dejar pasar nuestros últimos momentos en la isla antes de volver al hotel para acabar de rematar nuestro ya preparado equipaje y bajarlo a recepción. Allí lo volvieron a cargar en un carro y lo acercaron al puerto para cargarlo en la lancha que nos esperaba dispuesta a llevarnos al aeropuerto de Male.
En media hora habíamos dejado atrás nuestra pequeña isla para siempre y nos encontrábamos en el aeropuerto de Male sin poder dejar de mirar con envidia a todos aquellos que acababan de llegar e iniciaban el trayecto inverso al nuestro.




Pero no había vuelta atrás, nuestro avión nos esperaba y debíamos entrar en el aeropuerto que curiosamente se encontraba a unos metros de donde nos había dejado la lancha.
Teníamos apenas dos horas para facturar y gastarnos las rufiyaas que nos quedaban en el bolsillo. Como suele ser habitual, en el aeropuerto todo valía el doble o el triple de lo que valía en nuestra isla pero en fin, tampoco teníamos demasiado dinero así que no nos costaría demasiado fundirlo.
El vuelo fue puntual, bueno más que puntual ya que salimos con 20 minutos de adelanto sobre el horario previsto, a las 14,23.
Desde el avión dimos el último adios a aquel glosario de islas, arrecifes y lagunas de color turquesa dispersos a lo largo del inmenso océano Indico.




En poco más de una hora, el paisaje cambió radicalmente. Cuando nuestro avión comenzó a perder altura fuimos capaces de distinguir los canales de Allepey que habíamos recorrido hace una semana y la coqueta ciudad de Kochí sobre la que volveríamos a posar nuestros pies.


Tocaba pasar otra vez un montón de controles, volver a facturar y esperar tres horas hasta que otro vuelo nos llevaría hasta Bombay.
Aprovechamos para comer algo mientras adelantamos nuestros relojes media hora para adaptarlos al horario local y evitar despistes de última hora.

A pesar de salir con 10 minutos de retraso, llegamos a Bombay casi con media hora de adelanto. Parece que el piloto tenía prisa.
Al salir del aeropuerto volvemos a vivir esos caóticos y desagradables momentos durante los cuales todos se acercan a tí para llevarte en taxi, coche particular o furgoneta y te agarran del brazo mientras intentan hacerse cargo de tu equipaje a toda costa. Siempre me han parecido los momentos más agobiantes de los viajes.
Quizás por eso, en cuanto vimos que había un mostrador prepago de taxis, nos acercamos hasta allí para negociar dos taxis que nos llevaran hasta nuestro hotel. 

Te preguntan la dirección, te dan un precio, pagas y te dan el justificante de pago que deberás entregar al taxista de turno. Como éramos 5 y nos dijeron que no había vehículos tan grandes, nos ofrecieron dos taxis por 750 rupias ( unos 10€ ).
Bueno, pues ni aún así conseguimos un plácido traslado al hotel. Nuestro equipaje voló sin saber dónde lo llevaban y cuando estábamos dentro del taxi, un indio no nos dejaba salir e insistía en pedirnos dinero por no sé bien qué. ¡¡¡ Que locura !!!

Por fin llegamos a nuestro hotel que en esta ocasión está muy cerca del aeropuerto ya que mañana salimos temprano hacia Bilbo y hemos preferido no irnos muy lejos.
El Jyoti Dwelling Hotel es bastante básico, de los más flojos de todo el viaje pero cubre sobradamente nuestras necesidades para pasar esta última noche.
Tras hacer el eterno papeleo y entregarnos las llaves de nuestras habitaciones, salimos para dar una vuelta por los alrededores y buscar un sitio para cenar.
La zona no parece tener demasiados atractivos y movernos de nuevo en ese caos de tráfico, ruido y gentío nos devuelve a la realidad de lo que es India

Después de vivir durante 6 días en Maldivas, resulta un cambio drástico. Tanto es así que un integrante del grupo decide volverse al hotel y renuncia a buscar un sitio donde cenar en medio de aquella vorágine.
Afortunadamente el resto del grupo no tardamos en encontrar un local muy concurrido y con un aspecto bastante atractivo.
La cena nos sale por 2000 rupias, unos 28€ para 4 personas.
Ha sido nuestra última cena en India. Volvemos al hotel a dormir. Mañana salimos a las 8,30 hacia el aeropuerto.


La aventura se ha acabado, al día siguiente desayunamos en el hotel y nos llaman a dos taxis para hacer el transfer al aeropuerto. Tanto el desayuno como los taxis están incluidos en los 9000 rupias ( unos 25€ por persona ) que hemos pagado por dos habitaciones dobles y una individual.
Diez minutos nos separaban del aeropuerto y otras 9 horas de vuelo hasta Paris. 

A las  22,30, aterrizábamos en Bilbao. 
Todo había acabado satisfactoriamente una vez más.

Capítulo anterior: Maldivas V. Pesca nocturna en Gulhi.

1 comentario:

Tawaki dijo...

Un lugar increíble que espero poder visitar algún día. Es complicado despedirse de los lugares en los que uno se encuentra a gusto.